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Ayer, como todos los lunes, me fuí a acostar después de "Rides", sabiendo que me tengo que levantar a la hora de Overhaulin'. Pero olvidé el "pequeño" detalle del cambio de hora. O sea, me fuí a acostar una hora más tarde de lo que debía y por ende fuí totalmente incapaz de abrir los ojos en la mañana. Sumando y restando, tomé el bus a eso de las 10, una hora más tarde de lo que debía hacerlo. Pero para mi mente, claro es la hora adecuada. No siento el mal humor de dormir una hora menos; siento el mal humor de ir una hora tarde.
La medida del cambio horario fué establecida, si mal no recuerdo, a fines de los '60, con el fin de aprovechar mejor las horas de luz natural y, por ende, aumentar la productividad del trabajo, ahorrar energía, aumentar el PIB del país y, en resumidas cuentas, hacer más feliz a la gente. Estudios recientes ponen en duda el ahorro de energía, por lo bajo. La gente no produce más, porque duerme menos. El PIB no aumenta. Lo único que aumenta es la molestia de las personas y las ventas de aspirina (en estos momentos, necesito una). Hace años se sabe esto. ¿Porqué seguimos cambiando la hora? El día del cambio al horario de invierno es, probablemente, el día con menos suicidios del año, el día que los micreros mejor te tratan, el día que el pasto es más verde. Porque te dejaron dormir una hora más. Sin embargo, observen, mis queridos lectores, la cara de sus compañeros de trabajo hoy martes, primer día hábil luego del cambio de horario. Los que no sufran tratando de disimular su mal humor, estarán francamente insoportables.
Propongo que, aunque se oscurezca más temprano, dejemos permanentemente el horario de invierno, de modo que siempre que salgamos de casita para iniciar un nuevo día, ya haya salido el sol.