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Cuando era un poroto y jugaba con mi camión tolva en la acequia que pasaba por mi casa, soñaba con ser astronauta, bombero (hasta que supe que trabajaban gratis), marino, aviador, etc. Pero, por sobre todo, soñaba con ser inventor y científico. Muchas veces me dijeron que era imposible, que en Chile no había científicos, que los inventores morían de hambre, que eso era para gente más inteligente y más rica que yo. Que debía aspirar a lo más a ser empleado en un banco, donde tuviese un pasar tranquilo y sin penas. Sin embargo, mis padres siempre creyeron en mí. Mi madre me enseñó a pensar, y mi padre las virtudes de una vida honesta, a no vender mis ideales. Me permitieron explorar mi imaginación e inventiva hasta donde la artesanía me lo permitiese. Me acostumbraron a encontrar nuevas soluciones a mis problemas. Me ayudaron a ser una persona culta, mucho más que las personas que vivían dentro y fuera del círculo de pobreza donde estábamos.
Cuando llegué a la universidad, entré a estudiar física. Con el tiempo, se vió que la carrera de científico no era para mí. Así llegué a la ingeniería, donde soy inventor diariamente. Y, sin quererlo, terminé de novio con una estudiante de doctorado en biología.
Ciertamente, soy ingeniero e inventor, y me voy a casar con una científica.
Los sueños a veces se cumplen.