Mi historia de amor a la ciencia
0 Comentarios Publicado por Kurakensama's External Plugin :: domingo, octubre 16, 2011 :: 7:26 a.m..
Mi historia de amor a la ciencia es larga y complicada. Cuando era niño, a partir de los 4 años más o menos, pasaba largas horas, días, semanas, mirando el cielo, las nubes, los motores, sentado en el patio de tierra jugando con cuanta cosa hubiese ahí: pasto, clavos, leña. Quería ser químico, y cuando aprendí a leer entendí que todo se trataba de mezclar ciertos elementos en forma precisa. Todas las reacciones que leía mezclaban metales o carbono con hidrógeno u oxígeno; yo deducía que lo primero estaba en la tierra y lo segundo en el agua, así que siempre terminaba con una mezcla pegajosa de barro. Tiempo después, eso me hastió; el fracaso sistemático me cansó. Entonces cambié mi enfoque a la física: hacía barcos con madera o restos de planchas viejas, que con masilla se convertían en cascos fantásticos. Hice un brazo hidráulico con algunas tablas, jeringas y tubos de goma cuando tuve 7 años. Cuando entendí las alas fabriqué muchos aviones de madera, y algunos de ellos incluso volaron casi satisfactoriamente; después descubrí la madera de balsa, y los aviones sí empezaron a volar.
Cuando fui creciendo, dejé de mover las manos y empecé a mover más el lápiz. Estudié física en el colegio, y cuando egresé, entré a estudiar física en la universidad. Ahí descubrí que la ciencia teórica no era lo mío, lo mío era hacer con las manos. Pasé unos años terribles y finalmente me fuí por la puerta trasera, con la cola entre las piernas, más maduro y con el sabor metálico del fracaso en la boca. Pero ahí conocí a mi gran amigo, y él me presento a una de sus amigas, Sandra, una linda bióloga ambiental. Ella y yo nos enamoramos inmediatamente.
Cambié el amor a la ciencia por el amor a la científica. Hermosa, alegre, simpática, de buen humor, un amor de niña. El año siguiente reingresé a la universidad, pero a estudiar ingeniería. Mientras yo le enseñé física a Sandra, ella me explicaba estadística. El tiempo pasaba, nuestro amor crecía, la curiosidad por el mundo nos hacía devorarlo. Ella me explicaba sobre la naturaleza animal, yo le contaba sobre la naturaleza mecánica, y ambos disfrutábamos sobre la naturaleza salvaje, pura, hermosa y verde. Ella se tituló de Bióloga Ambiental y comenzó a estudiar un doctorado en Ecofisiología, mientras yo luchaba para terminar mi ingeniería en computación. Gracias a interminables noches de esfuerzo y su paciente apoyo, finalmente llegó el dia en que me convertí en ingeniero, poco después de que Sandra y yo nos casamos.
Sandra comenzó un largo y trabajoso camino al PhD. Mientras yo trabajaba para dar la mantención principal a nuestra nueva familia, ella hacía lo que podía para hacer ingresar dinero mediante becas y trabajos ocasionales. Pero lo que realmente nos hacía vivir eran sus aventuras biológicas, sus terrenos, sus cursos. Cuando ella se fue a hacer una pasantía a Castilla-La Mancha, viajé a acompañarla y a conocer la maravillosa España. Amé Toledo. Disfrutaba cuando ella me contaba sobre su viaje de pasantía en Wyoming, y cuando tuvo seminarios en Buenos Aires, yo la acompañaba. A veces nos levantábamos a las 5 de la mañana y mientras ella iba de terreno yo iba con ella, para ayudarla con sus redes, con sus notas, sus elementos, sólo para estar con ella y conversar mientras los pájaros nos rodeaban. Comentábamos sus métodos y le sugería ideas; algunas servían, otras no.
En diciembre pasado, mientras yo tenía mi primer día de trabajo en una gran empresa chilena y ella estaba en terreno, Sandra sufrió un accidente. Mi Sandrita hermosa se fue para siempre de mi lado.
Todavía me cuesta incluso poder escribirlo. No hay consuelo posible. Ella tenía sólo 30 años y estaba a un par de meses de terminar su doctorado. El dolor es gigante, y revisar sus notas es una espada que se revuelve en mi corazón. Aún no vuelvo a la naturaleza, aún no he sido capaz de visitar el sitio donde se fue. Aún no he vuelto a la vida. Pero en honor a ella, a su gran estatura como persona, científica, chef, amiga, consejera, tía, esposa y amor, no he perdido ni puedo perder ese amor a la ciencia que tuvimos, la curiosidad sobre cómo funciona el mundo.
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Esta historia la escribí hace ya bastante tiempo, en Febrero, para algo en Castilla; la subo acá ahora porque no quiero que se me pierda. Lamento si molesto :/ no es mi intención.
Cuando fui creciendo, dejé de mover las manos y empecé a mover más el lápiz. Estudié física en el colegio, y cuando egresé, entré a estudiar física en la universidad. Ahí descubrí que la ciencia teórica no era lo mío, lo mío era hacer con las manos. Pasé unos años terribles y finalmente me fuí por la puerta trasera, con la cola entre las piernas, más maduro y con el sabor metálico del fracaso en la boca. Pero ahí conocí a mi gran amigo, y él me presento a una de sus amigas, Sandra, una linda bióloga ambiental. Ella y yo nos enamoramos inmediatamente.
Cambié el amor a la ciencia por el amor a la científica. Hermosa, alegre, simpática, de buen humor, un amor de niña. El año siguiente reingresé a la universidad, pero a estudiar ingeniería. Mientras yo le enseñé física a Sandra, ella me explicaba estadística. El tiempo pasaba, nuestro amor crecía, la curiosidad por el mundo nos hacía devorarlo. Ella me explicaba sobre la naturaleza animal, yo le contaba sobre la naturaleza mecánica, y ambos disfrutábamos sobre la naturaleza salvaje, pura, hermosa y verde. Ella se tituló de Bióloga Ambiental y comenzó a estudiar un doctorado en Ecofisiología, mientras yo luchaba para terminar mi ingeniería en computación. Gracias a interminables noches de esfuerzo y su paciente apoyo, finalmente llegó el dia en que me convertí en ingeniero, poco después de que Sandra y yo nos casamos.
Sandra comenzó un largo y trabajoso camino al PhD. Mientras yo trabajaba para dar la mantención principal a nuestra nueva familia, ella hacía lo que podía para hacer ingresar dinero mediante becas y trabajos ocasionales. Pero lo que realmente nos hacía vivir eran sus aventuras biológicas, sus terrenos, sus cursos. Cuando ella se fue a hacer una pasantía a Castilla-La Mancha, viajé a acompañarla y a conocer la maravillosa España. Amé Toledo. Disfrutaba cuando ella me contaba sobre su viaje de pasantía en Wyoming, y cuando tuvo seminarios en Buenos Aires, yo la acompañaba. A veces nos levantábamos a las 5 de la mañana y mientras ella iba de terreno yo iba con ella, para ayudarla con sus redes, con sus notas, sus elementos, sólo para estar con ella y conversar mientras los pájaros nos rodeaban. Comentábamos sus métodos y le sugería ideas; algunas servían, otras no.
En diciembre pasado, mientras yo tenía mi primer día de trabajo en una gran empresa chilena y ella estaba en terreno, Sandra sufrió un accidente. Mi Sandrita hermosa se fue para siempre de mi lado.
Todavía me cuesta incluso poder escribirlo. No hay consuelo posible. Ella tenía sólo 30 años y estaba a un par de meses de terminar su doctorado. El dolor es gigante, y revisar sus notas es una espada que se revuelve en mi corazón. Aún no vuelvo a la naturaleza, aún no he sido capaz de visitar el sitio donde se fue. Aún no he vuelto a la vida. Pero en honor a ella, a su gran estatura como persona, científica, chef, amiga, consejera, tía, esposa y amor, no he perdido ni puedo perder ese amor a la ciencia que tuvimos, la curiosidad sobre cómo funciona el mundo.
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Esta historia la escribí hace ya bastante tiempo, en Febrero, para algo en Castilla; la subo acá ahora porque no quiero que se me pierda. Lamento si molesto :/ no es mi intención.
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